Hoy era uno de esos días en los que no me tocaba vigilar patio. Sin embargo, mientras atravesaba el arenero en el que juegan mis niños, uno de ellos, de seis años, se ha acercado a mi muy compungido y con un exagerado gesto de dolor y me ha dicho que un compañero "le había dado una patada en el huevo".
Observándolo para valorar con todo tipo de datos gestuales el alcance de la lesión le he preguntado por sus sensaciones (con un poco de sorna, la verdad)
El niño, al que podemos llamar Pepito, me ha dicho: - ¡¡Pues nada!!, que me lo ha cascado.
- ¿Cascado, el qué? - le respondí yo, con mucha guasa. Mucha ya.
- ¡El huevo, profe!
El agresor ha sido interrogado inmediatamente. En su defensa hay que decir que "yo no quería cascar ningún huevo, profe. Solo le he dado una patada en los cojones. ¡Y ya está!"