sábado, 24 de mayo de 2014

Mi letra torcida sobre tu lienzo

Las cosas se tuercen y entonces uno se pregunta,  ¿cómo pasó? Se nos queda cara de perplejidad. Hasta el momento en que se vuelve a analizar todo de un modo más distanciado, no respondemos, no reaccionamos o no lo pensamos.
Hay torceduras del alma y del cuerpo. Las que rompen los huesos y los pensamientos. Las piernas, los pies y las espaldas. Las hay que no duelen aunque dejan marcas en la piel. De nacimiento y de antes de nacer. Las hay evidentes y también invisibles a los ojos de los demás. Otras, están a punto de quebrar y tuercen hasta el gesto. Lo que me hace pensar en las que  más parecen una mueca grotesca, tan triste y tan sola.
Hay torceduras que han doblegado la faz de la tierra. De las que han erosionado caminos, cansinas y feas. Las que te retuercen las entrañas y a los que extrañas y a los que amas. De esas que entran siempre a retortijones y a empujones.
Hay torceduras de todas las formas posibles. Imprecisas, por momentos y para siempre. Las hay que aplastan continentes y levantan olas en los océanos. Las que arrasan, las que amansan, las que cansan.  
Se tuercen los caminos y los trayectos a casa. Los de ida y los de vuelta. Las hay de esas de las que nadie habla. Las que se van del mismo modo en que vinieron y las que jamás se vieron.
Torceduras, en fin, de las torcidas, de las malsanas, de las que se soportan, las que se sobrellevan, las que pasan desapercibidas. Nudos que dejan dolores insoportables, marcas visibles o señales insignificantes.

Pero yo, mi bien, me quedo con las torcidas hermosas. Con las imprescindibles. Las que me encantaron y sedujeron. Las buenas, las malas, las regulares. Las pequeñas, las mayores, las infantiles. Las que me han hecho recta. Las que trazaron mi destino y el tuyo. Las que llegaron  sin pretenderlas ni esperarlas. Las que mis dedos marcaban sobre arena de playa. Las que dibujo sobre mi cama, bajo mi colcha, entre tus manos. Las que se escriben con tinta china y con plumilla sobre el papel.
Me quedo con el momento torcido en que quise ser tuya para ser realmente mía. Con el mal paso que me empujó. ¡Maldita mi estampa! Con el tremendo tropezón que me trajo a la puerta arqueada de nuestra calle, tras nuestra acera mal asfaltada, bajo el quicio doblado en que te quedaste parado.
Me quedo con todo a pesar de lo torcido, o de lo retorcido. A pesar de los rotos y los tachones en los cuadernos. Pues sin todo lo demás, y lo que es de más, ni tú ni yo existiríamos como existimos. Sería quizá de otro modo o tal vez no fuera. Quizá esto te sobra pero, ya no me veo sin los pespuntes torcidos, sin las puntadas mal dadas, sin los patrones mal cortados.
Sin ti no me veo y no me entiendo, ni vestida ni desnuda. Y no te entiendo sin mi tropiezo. Con renglones torcidos te escribo lo que te quise. Lo que te quiero aún a pesar de tus rotos. Me quedo, sin más, con mi letra torcida sobre tu lienzo. 

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